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El DR. JEKYLL.

—Veo que vais á entrar—repuso el abogado. —Soy un antiguo amigo del Dr. Jekyll; —Utterson, de la calle Gaunt. —Debéis haber oído mi nombre, y encontrándoos tan á propósito, he pensado que tendríais la bondad de recibirme.

—No hallaréis al Dr. Jekyll; no está en su casa—replicó Hyde soplando en el cañón de la llave, y luego, de repente, sin mirar al abogado, añadió: —¿Cómo me habéis conocido?

—Ahora os toca á vos—dijo Utterson—¿queréis concederme un favor?

—Con mucho gusto—contestó Hyde—¿de qué se trata?

—¿Queréis dejarme ver vuestro rostro?—preguntó el abogado.

Hyde pareció vacilar; luego, impelido sin duda por alguna reflexión súbita, se volvió enseñando el rostro con cierto aire de provocación ó desafío, y ambos se miraron fijamente durante algunos segundos.

—Ahora os reconoceré—dijo Utterson—lo cual puede ser conveniente.