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EN BUSCA DEL SR. HYDE.

car la extraña preferencia ó esa esclavitud de su amigo (llámesele como se quiera), y también las cláusulas sorprendentes de su testamento. Sea lo que fuere, no cabe duda de que el rostro valía la pena de ser visto; ese rostro de un hombre cuyas entrañas no tenían compasión ni piedad ninguna, era rostro que sólo con presentarse había logrado inspirar en el ánimo del insensible Enfield un sentimiento de odio profundo.

Desde aquel instante, Utterson se puso á examinar frecuentemente la puerta de la callejuela de las tiendas. Por la mañana antes de la hora del escritorio, al mediodía cuando los negocios estaban en plena actividad y teniendo escaso tiempo, por la noche á la luz de una luna velada por la niebla, en una palabra, con todas las luces y á todas horas, solo ó en medio del gentío, podía verse el abogado en aquel sitio.

Al fin, su paciencia se vió recompensada. Era una noche hermosa y apacible; hela-