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El DR. JEKYLL.

portado y de rostro algo encendido; su cabello había encanecido antes de tiempo, y lo llevaba desordenado. Sus ademanes eran bruscos y alborotados. Al ver á Utterson, dejó la silla y corrió á su encuentro, tendiéndole ambas manos. Aquella efusión, que era uno de sus hábitos, tenía algo de teatral, pero se hallaba cimentada sobre verdaderos sentimientos de amistad, pues ambos eran antiguos camaradas y condiscípulos de la escuela y la Universidad, que se guardaban mutua consideración, y aunque no sea consecuencia de ello, les agradaba hallarse juntos.

Después de una corta y trivial conversación, el abogado llegó al asunto que le aguijoneaba penosamente el espíritu.

—Supongo, Lanyón—dijo—que vos y yo debemos ser los dos amigos más viejos que tiene Enrique Jekyll.

—Yo quisiera que los amigos fuesen más jóvenes—contestó riéndose el Dr. Lanyón;— pero creo que así es. ¿Y qué más? Lo veo tan poco á menudo ahora...