En realidad, la criatura no estaba gravemente herida, sino más bien asustada, según dijo el facultativo; y tal vez podríais suponer que las cosas no pasaron de ahí; pero había una circunstancia curiosa. Desde el primer golpe de vista había experimentado yo odio contra el agresor, así como la familia de la niña, lo cual era muy natural. Lo que más me sorprendió fué la conducta del médico. Era un tipo ordinario, sin nada de particular, con un marcado acento escocés, y de aspecto tranquilo y pacífico; pero no pudo menos de experimentar la misma conmoción que nosotros; cada vez que miraba á mi prisionero, veía yo que el doctor palidecía y contenía el deseo de arrojarse sobre él. Yo comprendía lo que pensaba, y él á su vez, también comprendía mi pensamiento; y como no era posible asesinar á aquel hombre, optamos por lo mejor. Le dijimos que nos proponíamos hacer tanto ruido respecto de aquel asunto, que su nombre sería maldecido de un extremo á otro de Londres. Mientras le de-
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EL DR. JEKYLL.