desconocida y repugnante, persuadir al gran médico á ir á saquear el gabinete de estudio de su colega el Doctor Jekyll?
Recordé entonces la originalidad de mi carácter; me quedaba un partido que tomar; podía escribir con mi propia letra, y cuando me hallé iluminado por aquella chispa vivificadora, la vía que debía seguir se presentó á mi vista desde el principio hasta el fin.
En esto arreglé mi traje lo mejor que pude, y llamando un coche que pasaba, me hice conducir á una posada de la calle de Portland, cuyo nombre recordaba, felizmente. Al verme (mi aspecto era verdaderamente bastante cómico, aunque el traje convenía más bien á un hombre que estuviese en un instante trágico) el cochero no pudo ocultar la risa. Rechiné los dientes, mirándolo con furor diabólico; la sonrisa desapareció de sus labios, afortunadamente para él y más aún para mí, pues en cualquiera otra circunstancia le hubiera arrojado á viva fuerza de su sitio. Al entrar