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El DR. JEKYLL.

te día presa de raras sensaciones. Miré en vano á mi alrededor, y en vano vi los ricos adornos y las grandes líneas de mi cuarto; en vano, también, reconocí los dibujos de las colgaduras de mi cama y su marco de caoba; algo me decía continuamente que no estaba en donde estaba realmente, sino que debía estar en el pequeño cuarto de Soho, en donde tenía costumbre de dormir en el cuerpo de Eduardo Hyde. Me sonreí, y con mis ideas psicológicas empecé á estudiar perezosamente los principios y los datos de semejante ilusión, y resultó que, pensando en ello, volví á caer en el dulce sueño de la mañana. Estaba aún medio dormido, y accidentalmente fijé la vista en mis manos. La mano de Enrique Jekyll, como habéis podido verlo á menudo, era la mano de un médico en cuanto á forma y tamaño; era grande, sólida, blanca y bien proporcionada; pero la mano que vi entonces, bastante claramente á pesar de la luz pálida de la mañana, medio oculta como se hallaba sobre la colcha, aquella mano era