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El DR. JEKYLL.

te y las líneas fisonómicas parecieron fundirse y modificarse, y un instante después, me puse en pie, retrocedí hasta la pared, con un brazo extendido hacia adelante como para defenderme contra aquel milagro, y con mi espíritu anonadado por el terror:—¡Oh, Dios!—exclamé aterrorizado;—¡Oh, Dios!—dije varias veces; ¡pues allí, delante de mi vista, pálido, tembloroso, medio desfallecido, palpando con las manos como un hombre que acaba de resucitar, estaba Enrique Jekyll!

Lo que me dijo durante la hora siguiente me es imposible reconcentrar suficientemente el espíritu para escribirlo. Vi lo que vi, oí lo que oí, y mi alma iba enfermando; y hoy que aquella visión se borra de mis ojos, me pregunto á mí mismo si creo en ella, y no puedo contestar. Mi vida está resentida hasta en los cimientos; un terror mortal se apodera de mí continuamente, noche y día; comprendo que mis días están contados y que es preciso morir; y lo que es más, moriré incrédulo.