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El DR. JEKYLL.

— Os pido perdón, Doctor Lanyón—contestó bastante cortesmente;—vengo aquí á ruego de vuestro compañero el Doctor Enrique Jekyll, para un asunto de cierta importancia, y quería decir...

Detúvose, y se llevó la mano á la garganta, reparando por su acción que luchaba contra los síntomas de un ataque de histeria.

—Quería decir, una gaveta...

Tuve entonces compasión del estado del desconocido, y quizá también llevado por mi curiosidad, contesté:

—Aquí está;—le enseñé la gaveta que estaba en el suelo detrás de una mesa y cubierta con el lienzo.

Saltó hacia el lado de la gaveta, luego se paró, y llevó una mano al corazón; oí rechinar sus dientes; su rostro era tan horrible de ver, que me alarmé, y temí á la vez por su vida y su razón.

—Reponéos—le dije.

Volvióse á mí, me dirigió una sonrisa atroz, y como un desesperado descubrió la