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El DR. JEKYLL.

Esa persona, que desde el instante en que entró había producido en mí una sensación que sólo puedo definir llamándola curiosidad mezclada con repugnancia, estaba vestida de un modo que hubiera sido ridículo en cualquiera otro individuo; su traje, aunque era, en realidad, de un género rico y de color obscuro, parecía enorme, inmensamente grande para él, bajo todos conceptos; sus pantalones colgaban de las piernas y habían sido recogidos para preservarlos del lodo; el chaleco le llegaba muy abajo de las caderas, y el cuello de la levita se extendía demasiado ancho sobre los estrechos hombros. Por extraño que fuese, aquel burlesco traje no me hizo reír. Al contrario, como había un no sé qué de anormal y de contrahecho en el ser que tenía á la vista, algo que sobrecogía, que sorprendía y que escandalizaba en su repugnancia misma, aquella nueva originalidad confirmaba mis ideas y les daba fuerza; llegó casi á interesarme la naturaleza y el carácter del hombre, y sentí curiosidad de