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El DR. JEKYLL.

me convencía de que me hallaba en presencia de una enfermedad cerebral; sin embargo, al ordenar á mis criados que se recogiesen, fui á buscar un viejo revolver, para encontrarme en estado de defensa personal, si hubiese sido necesario.

Las doce acababan apenas de sonar en Londres cuando el picaporte se dejó oir muy despacio. Fui á abrir yo mismo, y encontré á un hombre de pequeña estatura vuelto de espaldas á los pilares de la entrada.

—¿Venís de parte del Doctor Jekyll?—le pregunté.

Me contestó que sí, con aire encogido; cuando le dije que entrase, no me obedeció sin haber lanzado antes una mirada escudriñadora hacia la plaza sumida en la obscuridad. Un agente de policía estaba cerca, y venía con su linterna sorda abierta; al verlo creí notar que el desconocido tembló y que se apresuró á entrar.

Estos incidentes me sorprendieron, no lo ocultaré, de un modo desagradable; no perdí de vista á mi hombre, gracias á la