El armario señalado con la letra E no estaba cerrado; saqué la gaveta, la hice rellenar con paja y envolver en papel, llevándomela á la plaza de Cavendish.
Así que llegué, me puse á examinar su contenido. Los polvos estaban bastante bien arreglados, pero no con el cuidado de un químico fabricante ó vendedor, de modo que, á no dudarlo, habían sido manipulados personalmente por el Doctor Jekyll. Abriendo uno de los sobres, vi que su contenido se parecía, sencillamente, á una sal cristalizada de color blanco. El frasco, que examiné después, estaba lleno hasta la mitad; contenía un licor rojo, con un olor muy agrio, con algo de fósforo y éter volátil. En cuanto á los otros ingredientes, no pude saber lo que eran. El cuaderno ó carterita de apuntes era como casi todos los que usan los colegiales, y sólo contenía unas cortas series de fechas. Esas fechas se extendían á un largo período de años, pero observé que las entradas habían cesado hacía un año poco más ó menos, y brusca-