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LA ÚLTIMA NOCHE.

á un mono, saltó en medio de los aparatos de química y se escurrió en el gabinete, sentí un frío terrible en la espalda. ¡Oh! bien sé que eso no es creíble, Sr. Utterson; soy bastante instruído para saberlo; pero el hombre tiene presentimientos y os aseguro que era el Sr. Hyde.

—¡Ah! ¡ah!—exclamó el abogado—mis temores me hacen creer lo mismo. Temo que se oculte aquí una gran desgracia, que ocurriría sin duda, con semejante encuentro. Y, de veras, os creo; creo que el pobre Enrique ha sido asesinado y que su asesino (sólo Dios sabe con qué objeto) está aún oculto en el cuarto de su víctima. Pues bien, venguémosle. Llamad á Bradshaw.

El lacayo contestó en el acto, pero muy pálido y muy nervioso.

—Armaos de valor, Bradshaw;—dijo el abogado—el misterio que reina aquí es un peso para todos vosotros; queremos conocerlo. Poole y yo queremos penetrar, hasta empleando la fuerza, en el gabinete. Si