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El DR. JEKYLL.

blorosa mano, es decir, dando algunos golpecitos sobre la tela encarnada de la puerta del gabinete.

—El Sr. Utterson desea veros, señor—dijo el criado; y al hablar hacía seña con viveza al abogado para que escuchase.

Una voz contestó desde el interior:

—Decidle que no puedo ver á nadie—y sus palabras parecían un largo quejido.

—Gracias, señor—respondió Poole, con cierto acento de triunfo en la voz; y tomando otra vez la luz, condujo á Utterson por el patio hasta la gran cocina, en donde el fuego estaba apagado y los grillos saltaban por el suelo.

—Señor—dijo mirando á Utterson—¿os parece que era aquélla la voz de mi amo?

—Sí, parece haber cambiado mucho—contestó Utterson muy pálido, y mirándole también.

—Cambiada, no cabe duda—añadió el criado.—¿Hubiera estado yo veinte años al servicio de mi amo para engañarme de