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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

ya anochecido, el cajón se nos llenaba de cobres, y yo tenía negocio y diversión a un tiempo.

Pero compré un potrillo zaino, parejero, y esa fué mi perdición...

Una suerte perra me perseguía sin darme alce. Agarraba una taba y ¡zas! culo sin fallar una vez. Al mus siempre había quien se desemporotara primero y ¡á pagar! Al truco ¡parecía cosa del diablo! los compañeros me embromaban con que era capaz de perder el envido con treinta y tres de mano. Si cantaba flor, me echaban el contraflor el resto, y si caía el bicho de parra, ya podía estar seguro de que el contrario empacaba el de amansar locos para darme en el mate. Mis gallos, cuando no me resultaban juidos, tenían que clavar el pico á las primeras de cambio. «¡Pucha que había sido mulita, amigo!»—me sabían decir los camaradas. Era una maldición, y yo, como es natural, me calentaba