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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

que no le va á decir nada á nadie, de mientras yo esté en cuest' América!...

—¡Qué quiere, padre! No puedo darle tanto... Y ni le pago, ni juro,—añadí, para obligarlo á rebajar.

Él medio se me asustó, y palmeándome el hombro, comenzó á ver si me amansaba. Pero no aflojé, ni él tampoco, y así estuvimos un rato largo regateando. ¡Miren qué negocio para regatear! ¡Hoy mismo me estoy haciendo cruces!... En fin, cuando me dejó la cosa en ciento cincuenta pesos, le dije:

—Bueno, le pagaré y juraré,—pegándole una palmadita en la panza, porque ya le había perdido el respeto. ¡Y de no!

Saqué el rollo que me había dado Carolina y me puse á contar. ¡Le vieran los ojos al fraile! ¡Parecía que se quería tragar la plata!

Cuando le dí los ciento cincuenta, los agarró con sus uñas de carancho, de medio luto por la mugre, los contó él también, y los vol-