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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

—Bueno,—contestó, medio afligida.—No quiero que se vuelva á entristecer.—Y entusiasmándose, siguió:—Ya no ha de pasar más penurias, porque no va á estar toda la vida conmigo como un dependiente... Usté es trabajador, aunque le gusta divertirse á veces... Lo voy á hacer entrar como socio: ya sabe que en este boliche se gana platita. ¡Ya ve que todas las noches saco treinta ó treinta y cinco pesos del cajón, y hay, también, que contar los fiados y las libretas... Pero, si usté mismo hace las bebidas, que son lo más caro, tenemos que ganar mucho más.

—¡Así es, señora!—le dije con los ojos como patacón.

—Digamé entonces lo que necesita,—siguió ella,—y yo le daré la plata, para que se vaya á Chivilcoy, ó al mismo Buenos Aires, si es mejor, y se traiga todo...

—¡Mire, doña Carolina, me hace llorar de buena que es! ¡y créame, que no favorece á un desagradecido!