—¡Hace más de un año!—y suspiró la gringa.
Yo aproveché la bolada:
—¡Que lástima, tan joven!—y en seguida le soplé, más despacito:—¡Y tan hermosa!
A la verdad, doña Carolina no tenía entonces nada de fea, y era grande y gorda, como á mí me gustan, puede ser por lo que soy así flacón y bajito.
—¡Qué quiere! ¡así son las cosas de la vida!—dijo suspirando otra vez, y como si no hubiese oído el piropo.—Y sola y mi alma me he de morir, porque ¿quién me va á querer á mí, vieja y fea como soy?...
La gringa había esperado para retrucarme el cumplimiento, pero con toda baquía me dejaba un juego lindazo para mis intenciones... y las de ella.
—¡Señora!—le contesté, sobre el pucho y muy estirado,—usted está en una posícion mejor que la mía, que si no, y perdone el