el asador y á echarle la salmuera p'a qui acabe de asarse al rescoldito... ¡Ya verá qué charrusco! También ya no sirvo p'a otra cosa.
Saqué el cuchillo y busqué donde afilarlo, pensando en lo que me había dicho el viejo ño Cipriano, que no dejó de interesarme mucho. La verdad que allí podían acabar mis penurias, sin hacer mal á nadie, y principiar una vida tranquila y honrada, con una buena mujer, unos pesos siempre listos en el bolsillo, trabajo descansado y divertido, una copita cuando se me antojara, comida abundante, cama blanda...
—A naides ha querido conchabar de todos los que han venido á ofrecerse,—dijo ño Cipriano.—Y si lo ha tomau á usté, es porque ya tiene más de la mita del camino andau. Arriejesé sin miedo, mozo!
Le iba á contestar, cuando oí que doña Carolina me llamaba desde la ramada: