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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

pareció el dormitorio de doña Carolina. Afuera, á unas diez varas y como cuadrando la especie de patio de tierra pisoteada, que quedaba entre la ramada y el palenque, había otro galpón más chico, pelado, sin otra cosa que un fogón en el medio, hecho con una llanta de carro, y lleno de ceniza: no había cama, ni en qué sentarse, pero era la comodidad de los forasteros que se quedaban á dormir en el negocio. Eso no es nada para cualquier hombre de campo, que arma cama con el recado; pero yo, sin más que lo puesto, ni una pilcha para abrigo, lo iba á pasar muy mal si no llegaban á tiempo los de Torres...

Me llamó muchísimo la atención no ver á nadie más que á doña Carolina, ni en las casas, ni en el galpón, ni por ahí cerca. Los animales que andaban en un pastizal medio alambrado, eran cinco ó seis guachitos y un overo rosado que, por la pinta, debía ser viejón y manso y de la silla de doña Carolina.