—¿Depositemos? ¡Avise, compadre!—rezongó, revolviéndome los ojos.
Yo, sabiendo que aquello quería decir pelea, me callé la boca, desensillé el zaino, le puse bocado y una jerguita, me saqué el saco y el chaleco, me hice una vincha con un pañuelo colorado, y ¡ya estuvo!
El paisanaje, caliente, jugaba á raja cincha. Muchos ofrecían doble á sencillo contra mi zaino. Yo agarré una punta de paradas, los amigos que sabían la cosa, de consiguiente.
El tiro era de dos cuadras. Después de unas cuantas partidas, largamos, y mi potrillo principió á sacar su ventajita, primero la cabeza, después un pescuezo, después medio cuerpo, ¡sin castigar!... ¡Contreras venía á dos rebenques, lonja y lonja!... Claro que el tordillo se le iba á aplastar, pero estaba ciego de rabia con la fumada... Yo vi mía la carrera, y por no dar á conocer todo el juego del animalito, lo llevaba sobre la rienda... Asimismo