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liceo de Kolia en persona! Me estremecí y estuvo a punto de dejar caer al suelo la bandeja que llevaba en la mano Sí, era él, no cabía duda. Temí que me viese.

Como es alto, muy alto—no había entre los profesores ninguno de su estatura—y muy grueso, me era imposible olvidar que se hallaba allí, y hasta me parecía que me miraba con malevolencia.

Le serví pastelillos a él antes que a nadie, y, sin atreverme a mirarle, le puse en el plato, además de gran cantidad de pastelillos, caviar y croquetas en abundancia. Cuando acabé de servirles a los demás comensales, me mantuve, en espera de órdenes, a cierta distancia de la mesa, sin apartar los ojos de él. Comía con gran apetito. Al terminar, levantó la cabeza, me miró benévolamente y me hizo seña de que me acercase. Sentí un miedo terrible. "Va a hablarme de Kolia", pensé.

Acudí, y presté oído.

Con acento afectuoso, me dijo: —Dame más pastelillos... y más caviar.

Me apresuré a satisfacer su deseo, y le serví con igual largueza que antes.

Parecía no haberme reconocido. La última vez que yo había hablado con él en el liceo había sido hacía tres años, para suplicarle que Kolia siguiera sus estudios sin pagar.

Durante todo el banquete estuve nervioso en extremo. Cuando serví el pescado, el director me