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platos, que correr del salón a la cocina, que hacer las cuentas. Sobre todo, había que recordar muy bien lo que pedían los clientes. En nuestro oficio, lo más importante son las piernas y la memoria. Es preciso fijarse en los menores detalles, no olvidar nada, tenerlo todo presente.

En cuanto se acabaron de servir los almuerzos hubo que preparar las mesas para los banquetes.

Yo, como dejo dicho, tenía que servir el del director del colegio. Bastante antes de la hora señalada para la solemnidad empezaron a liegar los profesores. Aunque vienen muy poco a nuestro establecimiento, todo lo más una vez al año, son muy exigentes. Se las echan de muy entendidos en comidas y en vinos, y le vuelven a uno loco.

Uno de ellos dirigía el banquete. Daba órdenes, gritaba como un general en el campo de batalla.

Hacía bueno al maître d'hotel. Con voz de trueno criticaba de un modo severo el servicio: "¡ Falta esto, no hay bastante de lo otro! ¿Por qué se ha servido el caviar en tres cubetas, y no en cinco? Que traigan más salmón y más langosta!", etc., etc. Y aquellos señores no cesaban de pedir las cosas más caras. ¡Y pensar que sólo pagaban seis rublos por barba! Por seis rublos no se les podían dar nidos de golondrinas...

Desde los primeros minutos yo estaba ya sin fuerzas. La cabeza me daba vueltas y me bailaban lucecitas delante de los ojos. De pronto vi entrar... ¿a quién diréis? ¡Al señor director del