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sus pantalones cortos y deteriorados, sentí una gran lástima.

—Se ha vuelto usted—me dijo—duro de corazón en su restorán... Como la gente que allí come, no tiene usted piedad de los pobres.

Después sacó una carta que traix en el bolsillo, y me la alargó.

—Tome usted; me ha encargado el director que se la dé.

Yo me estremecí.

— Una carta? ¿Qué me escribe?

—Lea usted.

Y Kolia se puso a mirar a otro lado.

Yo no recibía nunca cartas, y aquélla me dió mala espina. La abrí, temblándome las manos. Tenía un gran membrate y estaba escrita a máquina.

Se me rogaba en ella que me pasara por el liceo al día siguiente, a las doce, para hablar de un asunto concerniente a mi hijo, y la firmaba el director.

—¿De qué quiere hablar? ¿De qué se trata?— pregunté.

Mi hijo se encogió de hombros.

—Seguramente se habrá quejado el "Mico"... Es el mote de un profesor. He tenido unas palabras con él.

—¿Unas palabras ?

—Me ha llamado canalla delante de toda la clase. Yo les había dicho a mis compañeros que no debían hacer colectas para la guerra, y él, cuando se ha enterado, ha empezado a gritar que

El camarero
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