Página:El camarero (1920).pdf/79

Esta página no ha sido corregida
75
 

—¡Dios mío, hemos sido nosotros!...

Y se quedó callado, con la cabeza entre las manos.

—¿Ustedes?... ¿Qué?...—preguntó el policía—.

¿Qué quiere usted decir?

Kiril Saverianich montó en cólera.

—¿Cree usted, quizá—dijo—, volviéndose al policía que han asesinado ellos a Echov? El joven quiere decir, sencillamente, que ellos, sin darse cuenta, le han impulsado al suicidio. ¿Acaso también sospecha usted de mí?

—No sospecho de nadie; pero... ¡es tan extraño todo esto!

Y, encarándose con Kolia, el oficial preguntó: Por qué no lo confiesa usted todo francamente?

Pero Kolia miró con espanto al cadáver y huyó presuroso de la habitación.

El policía me gritó de un modo severo: —¡Hazle venir! ¡Lo exijo en nombre de la ley!

Corrí en busca de Kolia y le encontré en el comedor, con la frente apoyada en un cristal de la ventana.

—¡Déjeme usted!—me rogó—. ¡No puedo, no puedo!

Traté en vano de persuadirle.

¡Ya ve usted lo que hemos hecho!—dijo—.

Yo también, yo también soy responsable...

Volví a la habitación de Echov y hallé al policía y a Kiril Saverianich hablando por lo bajo.

El policía me puso mejor cara.