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hago aquí nada, y no puedo perder el tiempo en todos estos líos. ¡Es un fastidio!

—Para nosotros lo es aún más—contestó el policía. Pero ¿qué le vamos a hacer? Es la ley.

Y añadió, encarándose conmigo: —Echov dice en su carta que formuló hace tiempo una denuncia contra su hijo de usted. ¿ Qué denuncia es ésa y adónde fué dirigida?

No sé nada de tal denuncia!—respondí—.

Echov solía emborracharse y, seguramente, en una de sus borracheras...

—Precisamente, cuando se emborracha, es cuando la gente acostumbra a decir la verdad. Tú debes saber a qué denuncia se refiere Echov.

—No le digo a usted que no sé nada?

En aquel momento se abrió la puerta y entró Kolia. Venía del liceo y no se había enterado aún del suicidio del escribiente. Experimenté, al enterarse, una impresión terrible, y estuvo a punto de desvanecerse.

El policía empezó en seguida a interrogarle: — Qué puede usted decirnos acerca de este asunto? He aquí lo que ha dejado, escrito el suicida...

Y le leyó la carta.

Kolia le miraba con ojos huraños, y parecía no entender nada.

—Bueno—le preguntó el policía—. ¿A qué denuncia se refiere el interfecto?

En vez de responder, Kolia balbuceó, pálido como un muerto: