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El otro volvió a echarle y le amenazó con hacerle detener.

Yo apelé al testimonio del barbero Kiril Saverianich, hombre muy estimado en el barrio, y a quien el policía conocía mucho.

Se envió en busca suya, y como vivía muy cerca, no tardó en presentarse.

Dominando su turbación, estrechó la mano del oficial de policía y empezó a hablar con el talento, con el ingenio acostumbrados.

—No me conoce usted? ¿Me cree usted capaz de permitir en mi presencia semejantes conversaciones? Soy gubernamental de todo corazón, y lo he sido siempre, y no comprendo cómo usted ha podido suponer que nadie se iba a atrever a hablar en contra de las autoridades delante de mí. Es incluso ofensivo...

El otro, anotando su declaración en el proceso verbal, contestó: —Le ruego a usted que me perdone; pero he de cumplir con mi deber. Naturalmente, le conozco y no dudo...

Kiril Saverianich miró al muerto y dijo con desprecio: —¡Hasta después de ahorcado nos fastidiará!

¡Y todo por la maldita americana!

—¿Qué es eso de la americana?

Kiril Saverianich, acariciándose la perilla, comenzó a contar: —Verá usted. Estábamos sentados a la mesa, comiendo pastel, y hablábamos de la vida. Echov