Ella le miró con admiración. El constructor de casas se puso muy hueco al hacerle ver a su mujer lo mundano que era. Y, sin embargo, pocos días antes, cuando le servía unas alcachofas que había pedido, se había indignado y no había querido comerlas.
—¡Yo creía—me gritó—que les artichauts eran una especie de bistés, y no esta porquería! ¡Llévatelos!
Ahora se las echaba con su mujer de muy ducho en lo referente a la buena mesa.
—Come sin temor!—le dijo cuando serví el lenguado. Es un pez que se encuentra en el mar, a cien kilómetros de profundidad.
¡Era para morirse de risa! Estoy seguro de que no había visto nunca un lenguado.
Ella empezó a tocar el pescado con el tenedor, sin atreverse a comerlo.
Ni forma tiene de pescado. No me hará daño ?
Se llevó un pedazo a la boca y se apresuró a dejarlo caer en el plato, exclamando: —¡Qué mal huele! ¡No está fresco!
La buena mujer se figuraba que el olor especial del lenguado era olor a podrido.
El señor Semin se reía como un loco.
¡Pero qué animal eres! Es un pescado delicioso. A los franceses les gusta, y los franceses saben comer...
Ella estaba a punto de llorar. Roja como una zanahoria, suplicó con voz débil: