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casaba con la hija del fabricante Bariguin. ¡Veinte rublos cubierto, sin contar los vinos! Al mismo tiempo se celebraría un banquete en el salón inmediato en honor del director de un colegio, con motivo de sus bodas de oro con la enseñanza y de cierta cruz con que le habían condecorado. El maître d'hotel, que, no sé por qué, estaba enfadado conmigo, decidió que yo les sirviese a los profesores. En el banquete de bodas auténticas me hubieran dado, de seguro, muy buenas propinas, mientras que en el de bodas de oro no era de esperar que se excediesen. Los profesores no son espléndidos, y dan unas propinas muy parcas.

¡Y al darla se fijan muy bien en la monedita de plata, para no dar veinte kopeks en lugar de quince!

Además, hubo que servir muchos almuerzos. Yo serví, entre otros, el del señor Semin, hombre muy conocido en nuestro restorán. ¡Vaya un tipo curioso! En su juventud fué criado en una oficina.

No se sabe cómo se hizo rico. Su especialidad es la construcción de casas. ¡Las que ha construído!

Construye una de siete pisos y cien cuartos, la hipoteca en seguida, y con el dinero que le dan, construye otra, que hipoteca también, y así sucesivamente. ¡Apenas sabe leer y escribir!

Tuve que hacer grandes esfuerzos para no soltar la carcajada mientras le servía. No sé por qué había venido, contra su costumbre, en compañía de su mujer. Era la primera vez que la traía a comer con él. La pobre estaba estupe-