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—Con arreglo a mi origen debía ser empendo del Estado y no arrastrar esta vida miserabie.

Siempre estaba anunciando que iba a publicar un artículo muy violento contra su pretendido padre el gobernador, que sería depuesto en seguida.

—Si quiere—añadía—que yo no le ataque en la Prensa, tendrá que mandarme mil rublos, con los que pondré una tienda de neumáticos para automóviles.

¡Contaba cada cosa! Como si alguien le creyese...

Le daba vergüenza haber caído tan bajo, y se forjaba el pobre todas aquellas historias. El hombre siempre intenta parecer mejor de lo que es...

Cuando llegué al restorán me encontré reunidos a los camareros en el cuarto de la servidumbre.

Habían decidido sindicarse. La idea se le había ocurrido a nuestro compañero Ikorkin, un hombre pequeñito y muy negro, pero batallador y elocuente, que se esforzaba en demostrar las ventajas de la organización y en persuadir a los reunidos de que cada uno de nosotros debía contribuir con cierta suma al sostenimiento económico del sindicato.

No tardó en llegar el maître d'hotel. Disolvió la reunión y castigó a Ikorkin con un rublo de multa por haberle contestado mal.

Era un día de mucho trabajo en el restorán; había que servir por la noche, en el salón dorado, un banquete de bodas: el hijo del gobernador se P10