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sidera suficiente circulación del capital. Los ricos, aun cuando nos echen algunas migajas de su mesa, como a los perros hambrientos, nos sacan el saín.

Sé por experiencia lo que son los beneficios de los ricos.

No hay pisos desocupados. Se edifican multitud de casas; pero los pobres no tenemos donde vivir, porque los caseros son demasiado codiciosos.

¡Mal empezaba el día!

V

Llamé a la puerta de Echov, suponiendo ya disipada su embriaguez, para ver si lograba entenderme con él; pero estaba durmiendo y no contestó. Mi mujer me aconsejó que no insistiese.

—Es mejor—me dijo—que duerma. Así estará luego más despejado.

Tratamos largamente de lo que haríamos con él, de si lo echaríamos o lo dejaríamos en casa.

Nos daba lástima. ¿Dónde iba a meterse el infeliz? Lo que contaba de su tía no podía tomarse en serio. No era la primera vez que se vanagloriaba de la riqueza de tal parienta; pero siempre acababa por confesar que todo era mentira.

También solía vanagloriarse de la nobleza de su madre, amante, según él, del gobernador de la provincia, de quien él se consideraba, con mucho orgullo, hijo probable. Muchas veces le decía a Cherepajin: