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pereza; pero Cherepajin tiene un genio muy vivo y nos quiere mucho.

—Que no está en sus cabales? Lo que le sucede es que necesita veinte kopeks para vodka.

Yo te los daré, hombre; pero no debías haber despertado a toda la casa para eso.

Echov le dirigió una mirada de reproche, y sus ojos se iluminaron.

—¡Todos están en contra mía!—exclamó con amargura. ¡Ya veréis qué sorpresa os doy! No tengáis cuidado. Arreglaré todas las cuentas.

Perdóneme usted, joven, las desazones que le he dado.

Volviéndose a mi mujer, añadió: —Ahí tiene usted la guitarra, en pago de los treinta kopeks y de los doce días que le debo. de habitación.

Y le tendió la guitarra, que ella se negó terminantemente a tomar.

¡Como usted quiera! —dijo él—. ¡Hasta la vista! ¡Hasta mejores tiempos!.

Avanzó algunos pasos y nos alargó la mano, mirándonos con unos ojos fijos y extraños.

¡Basta de farsas!— le gritó Cherepajin—.

¡Hoy te ha dado por hacer tonterías! Todo eso es puro teatro. El que no te conozca, que te compre.

—¿Cree usted? ¡Qué vamos a hacerle!

Y de pronto sopló la vela que yo tenía en la mano, y la apagó.

—¡Ha caído el telón!—dijo.

No podía ser más extraña su conducta.