Página:El camarero (1920).pdf/57

Esta página no ha sido corregida
53
 

—¡Cómo!—pregunté. Le han echado a usted? ¿Con qué motivo?

La noticia me habia llenado de asombro.

—Sí, me han echado! Ahora me echan ustedes también. No sean tontos, láncenme a la calle obscura y fría. ¡No sean tontos!

"¡Señor—pensaba yo—, no le creía tan borracho!” Descolgó arrebatadamente su guitarra, sacó de debajo de la cama unos calzoncillos sucios y de debajo del colchón un libro—Las hazañas del conde de Montecristo, y se puso a envolverlo todo en una sábana. No poseía otra cosa sobre la tierra.

—¡Me voy!... Ya encontraré un rincón donde guarecerme... Además, me es igual...

Miró a su airededor, como buscando algo.

—¡Bueno, adiós para siempre!

Y se dirigió a la puerta.

Pero yo le detuve, cogiéndole por un brazo.

—¡Vamos, está usted loco! No haga tonterías.

¿Dónde va usted a meterse ahora, de madrugada?

Se asomó a la ventana, me miró un momento titubeando, y se acercó a la cama, donde se sentó, después de vacilar un poco. Movía a compasión el verlo. Había algo extraño en su mirada. Se advertía en él una profunda desesperación.

Mi mujer me contó que le había pedido hacía unos días treinta kopeks, prometiéndole devolvérselos al día siguiente, y que no se los había devuelto. Evidentemente, su situación era muy