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que tiene de nosotros. Yo no le guardo el menor rencor... Quiere usted tomar algo?... Le traeré un emparedado.

Me miró con indignación y gritó: —¿Ahora me ofrece usted un emparedado?

Pretende usted comprarme así? Al botarate de Echov, ¿verdad?, bien se le puede comprar con un emparedado. Pero esta mañana no se han dignado ustedes ofrecerme pastel... ¡Y su mujer de usted ha logrado, con sus habladurías, que Gaikin me cierre las puertas de su casa!

Calló unos instantes y añadió con tono solemne: —Yo, sin embargo, les perdono!

Y se sentó en la cama.

En aquel momento oí unos pasos. Kolia se asomó a la puerta.

—¿Qué sucede? — preguntó— ¿Está usted diciéndole que se vaya?

—Nada de eso, ¡Líbreme Dios! No sé que tiene. No está bueno.

En efecto: Echov, con la cabeza entre las manos, temblaba e hipaba.

Kolia se acercó a él con un gesto de lástima y de repugnancia, y temblándole la voz, le dijo: —¿Qué nueva farsa es esa ? ¿No le da a usted vergüenza?

Entonces Echov se levantó, se abrochó el capote y profirió: —Pueden ustedes echarme! Esta mañana me han echado de la policía. Ahora les toca a ustedes.Acabemos de una vez!