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tado, sin desnudarse, y sollozaña, con la cara hundida en la almohada.

—¿Qué le pasa a usted?—le pregunté—. ¿Qué nueva comedia es esa? Hay que dejar dormir a la gente. No contento con ofenderla y perjudicarla, la molesta usted. ¿Qué le pasa?

Levantó un poco la cabeza y me miró de un modo salvaje, poniendo una cara terrible de asombro.

—No me pasa nada—balbució. Sólo... aquí...

Y se señaló al pecho...

Era la primera vez que yo oía su verdadera voz, su voz natural, sin falsetes, sin engolamientos. Y de pronto le tuve lástima. Sabía que el pobre había sido muy desgraciado; que su mujer se había escapado con un oficial; que se le había muerto un hijo de cinco años.

—¡Vamos!—le dije—. Es mejor arreglar las cosas de un modo amigable, sin escándalos ni querellas. Le daré a usted tres rublos por su americana. Que habíamos hecho nosotros para que usted empezase a escandalizar? ¿Qué motivo habíamos dado para que nos amenazase con denunciarnos a la policía?... En vez de separarse de nosotros amistosamente, se pone usted de uñas y le atribuye a una sencilla conversación sin transcendencia carácter político...

Sacudió la cabeza y murmuró: —Siga, siga...

—Preferiríamos mantenernos en buena armonía con usted. Digame francamente las quejas UNIVERSITY OF ILLINOIS LIBRAPY,