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prendí que estaba dispuesto a armar un escándalo; pero que, al mismo tiempo, temía quedarse en la calle. "Mañana—pensé—te haré largarte; ésta es la última noche que duermes aquí." —Va usted a despertar a toda la casa—le advertí con tono severo—. Hay que respetar el descanso de los demás.

Colándose en el recibidor, me gritó con cólera: ¡No permito que se me hagan observaciones!

Y entró presuroso en su cuarto.

Yo no quise escandalizar y le dejé en paz.

Mi mujer estaba con el alma en un hifo.

—Tengo presentimientos — me dijo. Habla amigablemente con él. Ahora que está borracho te dirá si ha denunciado a Kolia o no.

Pero yo no puedo sufrir a los borrachos, y le contesté que mi conversación con Echov tendría un final nada pacífico.

Cuando comenzaba a dormirme, Niucha me dijo: —Escucha... ¿Qué sucede en el cuarto de Echov?... Se oyen ruidos extraños... Me es imposible dormir...

Aguzamos ambos el oído. Luego me acerqué al cuarto del huésped y miré por la cerradura. No había luz en la habitación, y no se veía nada; pero se oía como sollozar. Llamé a la puerta, y el huésped no me contestó. Cuando me disponía a meterme otra vez en la cama, Niucha me suplicó que entrase a ver lo que pasaba.

Encendí una bufía y entré. Echov estaba acos-