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IV

Volví a casa cerca de las cuatro de la mañana. Mi mujer, como todas las noches, se levantó de la cama a abrirme. Le pregunté si Echov había vuelto y me dijo que no. Me contó que aquella noche se había echado las cartas, para saber el sesgo que tomaría nuestra enojosa cuestión con el escribiente, y que las cartas le habían contestado de un modo muy vago. Yo no creo en esas tonterías; pero a veces las cartas dicen cosas que le dejan a uno turulato.

Niucha se hallaba muy inquieta.

—Esto acabará mal—me dijo—. Tengo un presentimiento... Han detenido al hijo de Gaikin...quizá con motivo de una denuncia de Echov. Recordarás que, una vez, Gaikin padre te pidió informes de ese hombre, que había solicitado de él no sé qué cantidad a préstamo para poner una tienda de gomas...

Estas palabras me llenaron de inquietud y no podía pegar los ojos. El hijo de Gaikin era estudiante y amigo de Kolia, a quien solía prestar libros. Echov iba mucho a la tienda de su padre y pasaba allí largos ratos, hablando del comercio de gomas, muy productivo, según él.

No me cabía duda: el muchacho había sido denunciado por Echov. El escribiente se había vanagloriado siempre de ser un espía. Yo no igno-