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—¡Ah, sí!... Falta la señorita Guttelet; le dolía la cabeza... Además, su madre ha venido a buscarla...

—¿De veras?... Lo siento... ¡Señores, a la mesa!

No dijo más el señor Karasev.

Calló todo el mundo unos instantes. Las señoritas cambiaban miradas significativas. ¡Había que ver la cara del señor Karasev! A mí me costaba trabajo contener la risa. ¡Pobrecillo! ¡Todo aquel lujo estaba dedicado a la señorita Guttelet, y la ingrata no se había dignado quedarse a cenar!

Kapuladi bebió y comió admirablemente. El director brindó por la orquesta, y Karasev también.

Pero el consejero, cuando quería sonreir, parecia que se acababa de coiber un frasco de mostaza.

Sin embargo, en el bureau del restorán le preparaban una cuenta tremenda en que todo, la plata, el cristal, los perfumes, se tendría presente.

En el pasillo me topé con el oficial.

Se está celebrando—me preguntó— algún banquete de bodas ?

—No, señor—le contesté. Es el señor Karasev que ha convidado a cenar a toda la orquesta.

Frunció las cejas y se fué.

Estuve tentado de contarle el chasco del señor Karasev, pero me contuve al pensar que los camareros no debemos hablar sîno cuando se nos pregunta.