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mesa con un lujo igual sino en ocasiones muy solemnes. ¡Y se trataba de una cena a la orquesta! Ni a la Cavalieri se le hicieron tales honores...

Se le hacía a uno la boca agua viendo a lo largo de la mesa cinco cubitos de plata con cuatro libras de caviar cada uno, gran cantidad de tartines de seso de buey, de las que nosotros vendemos a un rublo con sesenta kopeks; peras francesas especiales a cinco rublos la pieza...; otras muchas cosas exquisitas y extraordinariamente caras. Además, se les había preparado una sorpresa a los invitados: debajo de cada servilleta había un bono del señor Karasev, que daba derecho a una caja de bombones en la confitería File.

Cuando la orquesta acabó de tocar, las señoritas guardaron sus instrumentos y pasaron a salón plateado, donde el señor Karasev las esperaba y las recibió muy amable.

—Tengo un gran placer... Como aficionado a la música... Ruego a ustedes, señoras...

Ellas parecían un poco cohibidas Nuestro director, con el cigarro en la boca, iba de grupo en grupo, frotándose las manos y diciéndoles galanterías a las señoritas.

De pronto, el señor Karasev, después de mirar con ansiedad a todos lados, torció el gesto.

—Me parece—manifestó que falta alguien...

Kapuladi, que acababa de beberse una copa de vodka y se disponía a comerse una croqueta, le contestó: