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En aquel momento, el oficial, que estaba sentado a pocos pasos de la mesa, se levantó y se acercó a Kapuladi. La orquesta acababa de terminar el vals. El cficial le estrechó la mano a Kapuladi y le indicó no sé qué con el dedo en el cuaderno de música. Después, con gran animación, dijo algo que hizo reír a Kapuladi. Las señoritas atendían con mucho interés. De pronto, el oficial, de un modo al parecer involuntario, de rribó el ramo con el sable. Se apresuró a cogerlo del suelo y, pidiendo perdón, le preguntó dónde lo colocaba a la señorita Guttelet, que se puso como la grana y no sé qué le dijo. El oficial, entonces, me llamó con la cabeza.

Me acerqué.

—Llévese ese ramo—me dijo—. La señorita no lo quiere.

—Yo no sabía qué hacer.

—¿Qué espera usted?—me dijo con tono severo. La señorita no lo quiere...

El maître d'hotel se dió cuenta de lo que ocurría, se acercó y me dijo: —Lleve ese ramo al cuarto de las artistas.

Yo cogí el ramo, y pasando por delante de Karasev, lo llevé adonde me habían ordenado. Cuando volví, el oficial hablaba de música con las señoritas.

—Yo—decía—soy también algo músico y estoy encantado del modo de tocar de ustedes. ¡Es asombroso! Las mujeres tocan con un arte mucho fino que los hombres, ¡mucho mejor!