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despacio. La señorita Guttelet bajó un poco los ojos, vió el ramo y se puso más pálida aún.

Al cabo, Kapuladi movió la batuta de izquierda a derecha, como si rasgase una tela, 'y el concierto se terminó.

Inmediatamente, el maître d'hotel se inclinó ante el estrado, tendiendo con ambas manos el ramo, y se le separaron los faldones del frac. La solemnidad de su acción atrajo la atención del público.

La señorita Guttelet, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo, parecía turbada en extremo. La nuca del pobre maître d'hotel fué enrojeciendo hasta ponerse del color de una zanahoria. Aquello era un poco ridículo, y el señor Karasev, que contemplaba la escena lleno de emoción, riñó luego a Ignaty Eliseich. En el momento en que el ramo pasó, al fin, al estrado, se llevó la copa a los labios, como dando a entender que bebía a la salud de la señorita Guttelet.

—El señor Karasev tiene el gusto de ofrecer a usted este ramo—dijo el maître d'hotel.

Kapuladi, al ver el asombro de la señorita Guttelet, cogió el ramo y lo puso al pie del atril que había ante ella. Luego, a una señal de su batuta, la orquesta empezó a tocar un vals. El señor Karasev me mandó llamar al director. Como es natural, todo el mundo comprendió en seguida lo que el ramo significaba, y todos miraban a la señorita con curiosidad. Uno de nuestros clientes habituales, el cervecero señor Arnikov, hombre ya viejo y muy corrido, me llamó y me dijo: