Página:El camarero (1920).pdf/40

Esta página no ha sido corregida
36
 

rar toda su humanidad, al señor Karasev. Poniéndole con suavidad la mano en la manga, le dijo con su voz gruesa y áspera: —Querido señor, no se ha hecho nunca en nuestro establecimiento; pero, en atención a lo que le gusta a usted la música... Veremos...

Y empezó de nuevo a darle chupadas al cigarro.

—Sí—le contestó el señor Karasev—. Quiero que se entere de que sé apreciar...

Stros respondió: —Tiene usted un gusto muy fino; pero... yo no puedo asegurarle...

Y se puso a hablarle por lo bajo. Es un mal bicho el tal Stros. Ya había intentado tener, según se contaba, una conversación secreta, en el pasillo, con la señorita Guttelet, y ella ni siquiera había consentido escucharle.

Karasev, después de oirle, se encogió de hombros y me llamó con la cabeza.

Me acerqué. Sacó una tarjeta de la cartera, me la dió y dijo: —Ve en seguida a la tienda de flores de Duperle y manda que me hagan un ramo de rosas blancas, con un clavel negro en medio. Que lo haga la señorita Luba, que conoce mi gusto.

¡Anda, no tardes! Toma un coche.

En seguida me percaté de lo que se proponía; pero a mí, al fin, nada me iba ni me venía en ello.

Los camareros no tenemos más que obedecer.

Tomé un coche y me encaminé a casa de Duperle,