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Viene a menudo al restorán, donde, como es tan rico, todo el mundo le trata con extraordinario respeto. El director, señor Stros, suele sentarse a su mesa y recomendarle platos y vinos.

Le prepara siempre la comida nuestro cocinero principal, el señor Ferdinand, que ha servido en uno de los mejores restoranes de París, y que cobra 8.000 rublos al año. El señor Ferdinand es también un especialista en materia de vinos. Sólo con mirar al trasluz en la botella conoce su calidad.

En la casa es una potencia, y los demás cocineros tienen que pagarle para conservar su puesto. ¡No pueden ustedes figurarse lo que le gusta el dinero a este francés!

Nuestro gerente, Ignaty Eliseich, es un verdadero cortesano del señor Karasev. Siempre le sirvo yo al señor consejero; pero el gerente, con frecuencia, me pide los platos y los pone por su propia mano sobre la mesa, con la cabeza respetuosamente inclinada, y sonriendo de un modo halagador. ¡Ha pasado por la escuela superior de hosteleros el tal Ignaty Eliseich!

El señor Karasev llega siempre en un automóvil muy lujoso, con una caja de música en vez de sirena, que toca sin cesar para advertir a los transeuntes. Se le oye desde lejos, cuando viene. Entonces se avisa al director, el señor Stros, el cual corre a su encuentro.

Es el más rico de nuestros clientes: su padre le dejó diez millones de rublos y numerosas fá-