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esas, que escribe libros admirables y dice toda la verdad sin dejarse nada en el tintero. ¡Tiene un talentazo!... Sólo con ver su mirada severa se adivina que no es un hombre del montón. Es el conde Tolstoi, León Tolstoi. ¡Un verdadero león! ¡Que Dios le conserve la vida largos años! Naturalmente, él no viene a nuestro restorán, ni sabe que yo tengo algunos de sus libros. Me los ha dado Kolia. ¡Qué libros, Dios mío! ¡Si pudiera venir a nuestro restorán y ver lo que sucede en él! Yo le podría contar muchas cosas. Aunque es un establecimiento de primer orden y no una taberna, ¡se ven en él cosas tremendas! A veces, los clientes, sobre todo cuando están borrachos, no recatan sus sentimientos ni sus pensamientos, y se entera uno de lo que hay bajo sus pecheras brillantes y de lo que encubren sus fracs bien cortados. Todos esos hombres, por su instrucción, debían ser nuestros maestros, nuestros superiores, ¡y nos dan a los pobres diablos unos ejemplos!

Recuerdo una cosa ocurrida en nuestro restorán, que merece contarse. Era domingo. El señor Karasev, de quien voy a hablar, es un hombre muy instruído, que no sólo ha estudiado en la universidad, sino también en cierta academia que se llama "Academia Práctica", sin duda porque en ella se estudia todo lo tocante a la vida práctica.

Además, pertenece a una familia distinguida, y es consejero de comercio. ¡El señor consejero de comercio Iván Nicolayevich Karasev! ¡Un personaje de importancia!