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—Quería usted que no le defendiese, que le permitiese a ese tipo insultarle a usted?

—¡Vaya una defensa! Ahora Echov exigira que le compremos una americana y, por añadidura, denunciará a la policía tus discursos, y acaso también se los denuncie al director del colegio.

En aquel momento entró Kiril Saverianich, pálido, agitadísimo.

—Se ha ido!—nos gritó—. Probablemente, al puesto de policía. A mí también va a denunciarme. Todo el mundo sabe que soy un hombre de orden, y ahora, por culpa de un monigote...

Y miró a Kolia con furor.

—Ya sabes—me dijo que he hablado de mecánica, de religión, de sumisión a las leyes; pero no de política. En los tiempos que corren no conviene hablar de política.

Luego cogió el sombrero y se marchó, sin hácer caso de su pedazo de pastel. Yo le hubiera seguido, para pedirle consejo, si no hubieran sido ya las doce menos veinte y no hubiera tenido que irme en seguida al restorán.

Por el camino iba pensando: "¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotros?"

III

En el restorán me esperaban nuevas desazones. Escuchando respetuosamente las órdenes que se me daban, pensaba, más que en ellas, en las consecuencias de nuestra cuestión con Echov. Uno