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Yo le dije a Kolia por lo bajo: —Pídele perdon... Un tipo así no merece la pena de que por su culpa...

¡Y tienen ustedes que comprarme una americana nueva!—siguio reclamando el escribiente.

Kolia, mirándome con ira, vociferó: ¡Qué le he de pedir yo perdón a ese 'parásito!

—¿Con que parásito, eh? ¡Van ustedes a ver quién soy yo!

Echov sacó de su cartera un papel y lo agitó ante nuestros ojos.

—¡Qué! Hay algo que decir? ¡Aquí están mis poderes! ¡Ya le enseñaré a ese jovencito!... ¡Hasta la vista!

Y se fué. Kiril Saverianich corrió tras él.

—¿ Qué has hecho?—le reproché a Kolia—. Me paso la vida trabajando para que tu educación no deje nada que desear, y tú...

—Yo no puedo—me interrumpió—doblar, como usted, el espinazo ante cualquier canalla. El tal Echov es una consecuencia lógica de este régimen...

— Qué régimen?—le pregunté, asustado de sus palabras.

—El que gozamos—contestó, riéndose—; pero no se hable más del asunto. Acabemos de tomar el té, que usted tiene que irse al restorán.

Yo le amenacé con el dedo.

—Ya es hora—le dije—de que te vueivas razonable.