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usted estar seguro de que nunca nos permitiríamos... Además, yo soy dueño de una barbería...

Pero Echov le miró con zumba y respondió: —¡Déjese usted de cumplimientos! ¡No es tan fácil engañarme a mí! ¡Ya verán ustedes quién soy yo! ¡Tengo poder para partirlos a todos por el eje! No me han echado ustedes de su casa como a cualquier canalla?... ¿No se ha permitido ese indecente camarero?...

No tuvo tiempo de acabar. Kolia no pudo contenerse y le tiró a la cara su taza de té. Todos saltamos de nuestros asientos, asustados. Kiril Saverianich le cogió la mano a mi hijo; yo me aposté en la puerta para impedir que Echov saliese y armase un escándalo en la calle; mi mujer cayó de rodillas ante el escribiente, suplicándole que no perdiese a toda la familia. Mi hija Natacha acudió sobresaltadísima. Echov miraba a su alrededor con ojos que despedían rayos, y señalaba con el dedo a su americana, manchada de té. De pronto se presentó nuestro otro huésped, Policarpo Sidorich Cherepajin, trombonista, buena persona y hombre de unas fuerzas hercúleas. Encarándose con Natacha, le preguntó: —La ha ofendido a usted ese tío?... Debía usted salirse a otra habitación... Una muchacha bien educada no debe exponerse...

Luego, volviéndose al escribiente, le dijo: Si sigue usted por ese camino, le rompo la crisma! ¡Sinvergüenza! ¡Canalla! ¡Conducirse de esa manera delante de una señorita!