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en lo que paran muchos discurseadores como usted.

¡Qué bien se explica este demonio de Kiril Saverianich! He visto pocos hombres tan inteligentes. Una verdadera cabeza de ministro!

Como es natural, tales palabras no fueron del gusto de Kolia.

—Usted se figura respondió—que nadie pien— sa en otra cosa que en explotar a los demás, como usted a sus oficiales...

Cuando Kiril Saverianich abría la boca para contestar, entró precipitadamente Niucha, mi mujer, agitó las manos con espanto y le dijo por lo bajo a Kolia: —¡Cállate, desgraciado! Ten piedad de tus pobres padres. ¡Echov ha oído todas tus locuras!

¡Dios mío! ¡Habíamos olvidado completamente que, pared por medio, estaba el huésped a quien yo le había rogado que buscasé otra habitación!

Y era hombre poco de fiar. Contaba que había sido dependiente de una tienda de gomas. Su mujer se había escapado con un oficial. A la sazón era escribiente en un puesto de policía, y estaba tan orgulloso de su empleo como de un alto cargo.

Volvía todas las noches borracho perdido y se ponía a tocar la guitarra hasta el amanecer. Si se le hacía alguna observación, empezaba a gritar: Con quién se cree usted que está hablando?

¡Usted no sabe quién soy yo! Se cree usted que soy un simple escribiente?... ¡Ya verá usted el día menos pensado...!