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—Yo prestarle...?

—Hace mucho tiempo—prosiguió Natacha—que quiere que venga a verle a usted. Está seguro de que usted dispone de esa suma. Dentro de dos reses la devolverá.

Yo estaba furioso.

—Después de perder a mi hija, ¿pretende ese canalla que yo le entregue mis ahorros? ¡Nonunca!

Natacha empezó a sollozar.

—¿Qué quiere usted que yo le haga? ¡No puedo más, no puedo más!... No me deja en paz un raomento, mandándome que venga a pedirle a asted dinero...

La infeliz se tendió en la cama y comenzó a darse puñetazos en la cabeza.

—Ha tomado dinero de la caja del almacén y no puede restituirlo... Le echarán...

Me abrió su corazón: aquel sirvergüenza tenía una nueva querida, a la que había también colocado en el establecimiento. Y mi Natacha aguantaba aquello... Cuando estaba encinta, él se divertía, en su cara, con la prójima. La pobre lloraba noche y día, pero el canalla se burlaba de ella.

—Me ha dicho que no vuelva sin el dinero...

—¡Pues bien—grité, no volverás más a su casa! Si se atreve a venir aquí, le echaré a puntapiés. ¡Se acabó! Te prohibo que vuelvas a cruzar con él la palabra.

Natacha lloró largo rato, pero acabó por smeterse.