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al director, que sea usted readmitido. Nuestra asociación va logrando hacerse respetar.

Yo estaba asombrado y halagado: ¡mis compañeros se acordaban de mí!

¿Cómo no?—exclamó el simpático organizador. Usted es miembro de la asociación, y nuestro deber es ayudarle.

Yo, hasta de la existencia de la asociación me había olvidado.

¿Qué me dicen ustedes del tal Ikorkin? ¡Vaya un hombre!

—Ahí tiene usted—añadió—las ventajas de organizarse. No está uno aislado, inerme... ¿De quién es esa criatura?

—Es mi nieta. Una monería, ¿verdad?

—Sí, y está muy hermosa. Es de esperar que su generación será más feliz que la nuestra.

Y empezó a hablar del porvenir de un mcdo admirable. ¡Es un talento!

Aquel mismo día reanudé mi servicio en el restorán. Algún tiempo después fué a verme Natacha.

Parecía muy triste y apenas hizo caso de Julia.

—¿Qué te pasa?—le pregunté.

Titubeó un momento y me dijo: —Mire usted, papá... yo quisiera decirle...

—¿Qué?

Se le arrasaron los ojos de lágrimas.

—Mire usted... pero no se enfade... Vasily Ilich se encuentra en una situación muy crítica... Tiene que pagar una letra... ¿Podría usted prestarl quinientos rublos?