Página:El camarero (1920).pdf/254

Esta página no ha sido corregida
250
 

pusimos Julia. Era fuerte, rolliza. Le arreglé una cunita en un cesto de paja, y la hija de la patrona se encargó, por dos rublos al mes, de cuidarla.

Poco a poco fuí encariñándome con la criatura.

Ya no estaba solo en mi cuarto. Cuando volvía de un baile o de una tornaboda, me sentía lleno de ternura al verla tenderme, desde su cesto, los bracitos. Solía levantarme a media noche a acariciarla. Reemplazaba a mi familia. Era un rayo de sol en la noche obscura de mi vida.

Natacha me visitaba más a menudo, para ver a su hija. Pero sus visitas eran cortas. Jugaba un poco con la niña y corría a casa de Vasily Ilich.

Julia fué para mí—después de tantas desgracias—una portadora de venturas. Una mañana, estando yo jugando con ella, llamaron a la puerta.

Abrí. Era Ikorkin.

—¡Buenos días!—me dijo—. Le traigo a usted una buena noticia. Le readmiten, al fin, en nuestro restorán. Será usted, de nuevo, miembro de nuestra familia.

—De veras?

—¡Cuando yo se lo digo! Puede usted ir inmediatamente a encargarse de su servicio.

Yo estaba loco de contento.

—A Ignaty Eliseich—dije—se lo debo.

—Nada de eso—replicó Ikorkin—. No ha intervenido para nada en este asunto. Ha sido nuestra asociación quien ha conseguido, pidiéndoselo